Prácticas de crianza desde la perspectiva de género

Ampliando los parámetros de las prácticas de crianza desde una perspectiva transversal de género, con objeto de reducir la desigualdad desde la infancia.

En la sociedad actual sigue imperando una visión feminizada del cuidado de las hijas e hijos, quedando los hombres alienados de la crianza (Salinas-Quiroz, 2018); hecho que invita a reformular la crianza desde una perspectiva de género.

El modelo tradicional de familia propone un padre proveedor en términos económicos, y una madre que cría a sus hijos. Si bien la mujer se ha ido incorporando al mercado laboral, sigue vigente una cosmovisión que responsabiliza a las mujeres de la crianza y el trabajo doméstico. La participación de los varones en la crianza es escasa (Rocha y Lozano, 2014).

En la literatura sobre el tema, también se relaciona la figura femenina con las labores de cuidados, existiendo escasas investigaciones con padres. Hay una “deuda histórica consistente en tratar de construir un panorama que de cuenta (…) de la importancia que tienen los papás dentro de la familia y para el desarrollo de sus hijos”. (Bermúdez-Jaimes, 2014, citado en Salinas-Quiroz, 2018, p. 255)

Ante esta situación ¿Es posible repensar la crianza como una tarea colaborativa, desprovista de patrones de género? 

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Género y crianza

Butler (2009) plantea que a través de actos performativos los cuerpos se moldean y se construye la identidad, produciendo la ilusión de la naturalidad del género, cuando por el contrario esto obedece a pautas socioculturales. 

La teoría de la performatividad de género presupone que las normas están actuando sobre nosotros antes de que tengamos la ocasión de actuar, y que cuando actuamos, remarcamos las normas que actúan sobre nosotros, tal vez de una manera nueva o de maneras no esperadas, pero de cualquier forma, en relación con las normas que nos preceden y que nos exceden. (p. 333)

Existe un modelo social de masculinidad hegemónico que predica un único modo de “ser hombre” vinculado con características como la fortaleza, la dureza, la rigidez y la virilidad. “La virilidad en su aspecto ético como vir, virtus, es indisociable de la virilidad física. Vir = el varón, hombre, marido; virtus = valor, ánimo, valentía, poder, facultad, potestad, fuerza” (Sandoval, 2002, p.64).

Las normas de género regulan el accionar cotidiano e impregnan también el ámbito de la crianza. Es ilustrativo al respecto el eslogan del “instinto materno” donde el padre ha quedado exento de ello. Culturalmente, parecería que la crianza no corresponde a “lo masculino”. Las prácticas y las disposiciones culturales imperantes refuerzan esto en una especie de círculo vicioso intrínsecamente enraizado, normalizado y difícil de cuestionar. 

En un estudio realizado en México por Solís-Cámara y Díaz (2007) se concluyó que la mayoría de las creencias sobre la crianza de los padres con sus hijas e hijos remiten a la importancia de marcar el límite, asociándolo el rol del padre con prácticas disciplinarias. Por el contrario, las creencias sobre las madres en relación con la crianza, respondían a atributos como la comunicación, el apoyo, los roles, los límites y la autonomía. 

Sensibilidad y apego: ¿cuestiones “femeninas”?

Uno de los componentes esenciales del cuidado es la sensibilidad, definida como la capacidad de la persona cuidadora de captar los ritmos del bebé, realizar una lectura empática y no intrusiva de sus necesidades (Carbonell, 2013). Si se analiza la definición, se puede observar que es una cualidad indiferente al género. 

Por otro lado, tomando en cuenta la teoría del apego de John Bowlby (1907-1990), el apego es entendido como un vínculo de afecto perdurable que se construye a través de relaciones diádicas. El autor considera que existe una tendencia natural a constituir lazos con otras personas, lo cual brinda confianza y seguridad en el niño o niña, lo cual será determinante para que pueda explorar el mundo y para el desarrollo de capacidades y habilidades psicológicas, cognitivas y sociales.

Salinas-Quiroz (2018) cita a Howes (1999) quien ofrece criterios para identificar figuras de apego de base segura. Estos son:

  • Provisión de cuidado físico y emocional a los niños.
  • Existencia de continuidad o consistencia en su vida 
  • Inversión emocionalmente en ellos.

Estas son cuestiones que no distinguen entre género. La importancia radica en las características de las interacciones diádicas que se establecen entre la persona adulta y el niño o niña, trascendiendo el binarismo clásico masculino/femenino. 

Salinas-Quiroz (2018) plantea que las evidencias empíricas demuestran que existen múltiples figuras de apego, pudiendo tanto madres como padres funcionar como tal. Típicamente la figura de apego principal es la madre, pero ello no quita que otros puedan serlo. 

Esta asociación de la madre con la crianza remite entonces a construcciones sociales. Las mismas se vinculan con el modo que se ha organizado la sociedad de manera patriarcal. Esto abre visibilidad y amplía el panorama para pensar la crianza desgenerizada; desde una perspectiva de género, esto es una crianza donde ambos progenitores desarrollan una labor colaborativa, independiente del género, de si se es padre o madre.

Conclusiones

¿Hay una forma de ser ‘madre’ relacionada con lo femenino, y otra de ser ‘padre’  con lo masculino? ¿La madre cría ‘naturalmente’ mejor? En sí mismas, estas preguntas deberían revertirse, ya que dan cuenta de un lenguaje dicotómico y binario, propio de la cultura dominante. Ello habla de la dificultad de salirse de estas lógicas tan arraigadas, siendo el lenguaje un reflejo de la cultura patriarcal.

Desgenerizar, cuestionar y repensar las prácticas de crianza desde la perspectiva de género tiene efectos importantes a nivel social, ya que amplía la esfera de cuidados. Asimismo, permite generar nuevas alternativas, habilitando a vivir una paternidad diferente. Es importante educar en la participación de los varones en la crianza. (Rocha y Lozano, 2014)

Habilitar una actitud crítica y apelar a la deconstrucción es fundamental, si no, se continuarán perpetuando las históricas brechas de desigualdad de género.  

Referencias:

  • Bowlby, J. (1998). El apego y la pérdida. España: Editorial Paidós. Recuperado de ene-enfermeria.org
  • Butler, J. (2009). Performatividad, precariedad y políticas sexuales. Revista de antropología  Iberoamericana. 4 (3),321-336. 
  • Carbonell, O. (2013). La sensibilidad del cuidador y su importancia para promover un cuidado de calidad en la PRIMERA infancia. Ciencias Psicológicas7(2), 201-207. Recuperado en 1 de diciembre de 2018, Recuperado de www.scielo.edu.uy
Aliné Akirmaian
Aliné Akirmaian
Psicóloga Clínica, titulada por la Universidad de la República (Uruguay) con experiencia en intervención infantojuvenil y adulta. En la actualidad es psicoterapeuta en el Centro de Psicología Positiva de Uruguay y es psicóloga del Consejo de Educación y Primaria (CEIP) de la República uruguaya.

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Aliné Akirmaian
Aliné Akirmaian
Psicóloga Clínica, titulada por la Universidad de la República (Uruguay) con experiencia en intervención infantojuvenil y adulta. En la actualidad es psicoterapeuta en el Centro de Psicología Positiva de Uruguay y es psicóloga del Consejo de Educación y Primaria (CEIP) de la República uruguaya.