Ley de Brandolini: Principio de asimetría de la estupidez

Según la ley de Brandolini, requiere un mayor esfuerzo tratar de desmentir un argumento falso o estúpido, que producirlo.

La llamada ley de Brandolini o principio de asimetría de la estupidez (the bullshit asimmetry) es una idea publicada en línea en el año 2013, por el programador italiano Alberto Brandolini. Este dicta que la cantidad de energía necesaria para refutar una estupidez, falsedad o engaño (“bullshit”) es un orden de magnitud mayor que el requerido para producirla (Brandolini, 2013).

Dicha propuesta, a primera vista simple y humorística, pone en evidencia uno de los obstáculos más importantes que ha enfrentado la ciencia desde sus inicios: la clara desventaja que tiene el pensamiento racional y la información basada en hechos, frente a los argumentos populares y posturas emocionales que habitan la opinión pública.

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Este no es un problema cualquiera, ya que la disparidad resumida en la ley de Brandolini, ha originado en muchas ocasiones la prevalencia de mitos, ideologías y prejuicios, sobre la evidencia objetiva y la razón. Situación que ha llevado a muchos científicos, pensadores y defensores de los hechos, a cuestionarse si realmente vale la pena esforzarse por refutar las incontables mentiras, exageraciones y argumentos engañosos que predominan en el imaginario colectivo y la “sabiduría popular”.

Esta situación ha adquirido un carácter muy especial en las últimas décadas; ya que la aparición y dominio de las redes sociales en la sociedad moderna, ha facilitado la propagación de rumores, “fake news”, estupideces y mentiras, así como la creación y cohesión de grupos que las defienden. Por tal motivo, es importante revisar la forma en que este concepto se manifiesta en distintos ámbitos de la vida cotidiana; así como analizar la forma en que la comunidad científica busca enfrentar esta lucha inequitativa. 

La batalla injusta entre los hechos y el “bullshitting”

El “bullshitting”, o manifestación de mentiras y estupideces, implica comunicarse con poca o ninguna consideración por la verdad, la evidencia genuina o el conocimiento semántico, lógico, sistémico o empírico establecido. Por lo general, este fenómeno se caracteriza por el uso de estrategias retóricas diseñadas para ignorar la verdad, la evidencia y el conocimiento establecido. En algunas ocasiones se exagera o embellece el conocimiento, la competencia o las habilidades de uno en un área en particular, o se habla de cosas de las que uno no sabe nada para impresionar, encajar, influenciar o persuadir a otros (Petrocelli, 2021). Ante esto, la ciencia y la razón no solo deben refutar cada una de las mentiras propuestas con hechos respaldados por evidencias; sino que, además, deben enfrentar la retórica y labia con que tales argumentos son expuestos.

Aunado a esto, es necesario tener presente que todas las personas asimilamos la realidad y la nueva información que se nos presenta a partir de determinados sesgos cognitivos; los cuales nos hacen preferir los argumentos que están de acuerdo con nuestras creencias o hábitos, y a descartar aquellos datos que están en contra de nuestras convicciones o que no nos favorecen (Jamali, 2019). Además, la pertenencia a una determinada comunidad o bando, y la aprobación popular de una idea, también son factores que influyen en la forma en que aceptamos la nueva información que se nos presenta (Jackson, 2019). Por tal motivo, es posible afirmar que la sola exposición de la evidencia no es, por si misma, recurso suficiente para convencer a las personas de la veracidad o falsedad de un argumento.

La ley de Brandolini y el triunfo de la desinformación mediática

Al analizar lo anterior, nos damos cuenta que aquel que intente refutar una estupidez o una mentira en favor de los hechos, debe esforzarse en fundamentar sus argumentos, confrontar las ideas predeterminadas del auditorio y, además, exponer sus puntos de forma atrayente. Mientras tanto, aquel que ha proferido información falsa, solo debe preocuparse de la cohesión y carga emocional de su argumento, o esperar que su oponente no sea bien recibido, sea mal entendido, o bien, simplemente se canse y se rinda. Esa es la esencia de la Ley de Brandolini.

El “bullshitting” puede ser un medio efectivo de influencia cuando los argumentos son débiles, mientras que puede socavar los intentos de persuasión cuando los argumentos son fuertes (Petrocelli, 2021). Por tal motivo, este tipo de estrategia ha sido una de las herramientas más poderosas de movimientos populistas, posturas pseudocientíficas, cultos religiosos y partidos políticos, en casi cualquier cultura y época. No obstante, en la actualidad, el auge de las redes sociales ha permitido que cualquier individuo pueda difundir sus ideas y opiniones a nivel global, lo que facilita que muchas declaraciones sin fundamento se propaguen de manera “viral”, encontrando respaldo, no en su veracidad, sino en su popularidad (Fernández, 2017).

Así mismo, los esfuerzos fallidos de la comunidad científica por contrarrestar los numerosos mitos que circulan en las diferentes plataformas virtuales, sobre temas como el calentamiento global, el efecto de las vacunas, y hasta incluso, la forma de nuestro planeta; han dado lugar a que algunos analistas sociales declaren que actualmente vivimos en el “mundo de la posverdad”; donde los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las referencias a emociones y las creencias personales (Niño, Barquero, García, 2017).

Ley de Brandolini y la divulgación científica

Actualmente, el intercambio de hallazgos e ideas científicas ya no está reservado sólo a personas con acceso a bibliotecas académicas o revistas científicas. Las redes sociales han permitido que el conocimiento y las ideas se compartan con una velocidad y magnitud sin precedentes. Esto ha permitido que la sociedad actual se encuentre más informada que nunca de los avances y hallazgos de la ciencia y la tecnología. Desafortunadamente, esto también ha significado que muchos resultados de investigaciones científicas sean interpretados fuera de contexto y divulgados por cualquiera; creando con ello, mitos y malentendidos que son replicados sin ningún tipo de supervisión calificada (Dijkstra, et.al 2018).

Es así que, en un mundo donde las opiniones pesan más que la razón y los hechos, los resultados de la ciencia son manipulados, tergiversados y malinterpretados con el fin de respaldar las posturas más absurdas, disfrazándolas de hechos científicamente comprobados. Ante esto, cualquier persona con espíritu crítico y un mínimo interés en el tema en cuestión, puede investigar y darse cuenta del engaño. Desafortunadamente, es muy común que la convicción sobre estas ideas preceda a la comprobación de las mismas, lo que significa que los seguidores de dichas posturas pondrán atención solo en la información que sustente sus propias opiniones, negando la veracidad de cualquier dato que las contradiga (Jackson, 2019).

Ante este panorama, los divulgadores científicos se encuentran con un gran desafío, ya que la presentación de hechos y argumentos racionales, frecuentemente es vista como una amenaza personal a las creencias de quienes no están de acuerdo con ellos. Mientras tanto, aquellos que sustentan una mentira, solo deben repetirla para encontrar apoyo en las personas que ya la creen.

Ley de Brandolini y discusiones en redes sociales

Es importante destacar que el desequilibrio señalado por la ley de Brandolini, no solo se manifiesta entre profesionales de la comunicación y la ciencia, y facciones sustentadas por ideologías sin fundamento. Este fenómeno también puede ser visto en millones de discusiones llevadas a cabo diariamente en las redes sociales, cuando dos personas pertenecientes a dos burbujas de información distintas se enfrentan en el plano virtual.

En algunos casos, un experto o experta en un tema determinado, se ve enganchado en una batalla en contra de personas sin ninguna formación profesional, pero sí muchas opiniones que ofrecer. Este tipo de situaciones suelen terminar favoreciendo a aquel contendiente cuya opinión sea la más popular, y no a la persona que realmente tenga los hechos de su lado (Niño, Barquero, García, 2017).  

No obstante, el caso más curioso y frecuente, en este sentido, se presenta cuando ninguna de las personas involucradas en una discusión tiene ningún entrenamiento o experiencia en el tema que se argumenta. De esta forma, la interacción se caracteriza por un intercambio de datos y razones que ninguno de los involucrados está calificado para valorar o sustentar, por lo que en estos casos el “bullshitting” proviene de ambas partes, prolongando la discusión de manera indefinida.

Frente a estas situaciones, se hace evidente la inutilidad de engancharse en este tipo de interacciones en redes sociales con desconocidos. Por un lado, si se tiene conocimiento sobre un tema, una plataforma virtual o una caja de comentarios tal vez no sean los mejores foros para su defensa. Por otro lado, si lo que se defiende es una postura o un principio en estos espacios, tal vez sería prudente preguntarnos cual es nuestro papel en la generación de este tipo de estupideces, prolongando una discusión irracional.

Entonces… ¿vale la pena el esfuerzo?

Analizando las implicaciones de la llamada ley de Brandolini, es inevitable contemplar una pregunta: ¿realmente vale la pena tomarse el tiempo y el esfuerzo para cuestionar, corregir y aclarar artículos que afirman ser sobre ciencia, pero que en la mayoría de los casos representan una ideología política, un interés económico o una postura moral?

Para el investigador Phil Williamson, este esfuerzo vale la pena por varios motivos:

  • Es posible que desafiar las falsedades y las tergiversaciones no tenga ningún efecto inmediato. No obstante, alguien escuchará o leerá nuestra respuesta. Al final, las aclaraciones no están dirigidas a todos, sino a aquellas y aquellos que estén abiertos a ellas.
  • “Una mentira puede viajar alrededor del mundo antes de que la verdad se ponga los zapatos, pero una falsedad indiscutida nunca se detendrá”.
  • El trabajo de los científicos y científicas no solo comprende la investigación y publicación de resultados. También implica la divulgación de la información obtenida y la aclaración de errores.
  • No es mucho lo que se puede hacer por el momento sobre la difusión de estupideces y mentiras en línea; pero ese “no mucho”, sigue siendo algo.

(Williamson, 2016).

¿Cómo se puede contrarrestar la Ley de Brandolini?

Ante esta realidad, es posible mencionar algunas estrategias que contrarresten en lo posible la asimetría de la estupidez señalada por la ley de Brandolini.

En primer lugar, es necesario conocer a tus rivales y elegir tus batallas. Esto significa que existen foros de discusión donde es inútil iniciar un debate. Si la energía necesaria para combatir las mentiras y estupideces es mayor a la que requirieron estas para generarse, sería importante reservarla para espacios donde los hechos tengan cierto valor, donde nuestra intervención tenga un mayor impacto, o donde podamos reconocer y medir a nuestros oponentes. En este sentido, las discusiones en Twitter, con usuarios anónimos, tal vez no sean la mejor forma de disponer de nuestro tiempo.

Por otro lado, algunos investigadores consideran que es necesario utilizar los medios que facilitan la desinformación en contra de ésta. Esto es, crear foros dentro de las mismas plataformas virtuales y redes sociales, que permitan evaluar y “rankear” el valor científico de las distintas afirmaciones que circulan en Internet (Williamson, 2016). De esta forma, se crean referentes generales o globales impulsados por la comunidad científica.

En contraposición a la propuesta anterior, existen profesionales que aconsejan “pensar en pequeño”. Es decir, comenzar compartiendo información dentro de su red social inmediata, aprovechando los cientos de conexiones en redes sociales que cada investigador pueda tener. De esta manera se generaría, de forma gradual, una comunidad cohesionada, que en un futuro podría llegar a ser lo suficientemente grande como para influir en la opinión pública de manera más significativa (Dijkstra, et.al 2018).

Referencias:

  • Brandolini, A. [@ziobrando]. The bullshit asimmetry: the amount of energy needed to refute bullshit is an order of magnitude bigger than to produce it [Tweet]. Twitter.com. Recuperado de: twitter.com
  • Dijkstra, S., Kok, G., Ledford, J., Sandalova, E., Stevelink, R. (2018). Possibilities and Pitfalls of Social Media for Translational Medicine. Frontiers in Medicine, volumen (5), número (345). Recuperado de: frontiersin.org
  • Fernandez, N. (2017). Fake news: una oportunidad para la alfabetización mediática. Nueva Sociedad, número 269, Recuperado de: www.nuso.org.
  • Jackson, S. (2019). Cognitive Bias and Decision Making. Burnham Systems, Los Angeles [Documento PDF] Recuperado de: researchgate.net
  • Jamali, H. (2019). The battle against cognitive bias. School of Information Studies Charles Sturt University [Documento PDF] Recuperado de: researchgate.net
  • Niño, J., Barquero, M., García, E. (2017). Opinión Pública e infoxicación en las redes: Los fundamentos de la Post-verdad. Vivat Academia, número 139, pp. 83-94. Recuperado de: researchgate.net
  • Petrocelli, J. (2021). Bullshitting and persuasion: The persuasiveness of a disregard for the truth. British Journal of Social Psychology, volumen (60), pp. 1464–1483. Recuperado de: semanticscholar.org
  • Williamson, P. (2016). Take the time and effort to correct misinformation. Nature, volumen (540), pp. 171. Recuperado de: nature.com

R. Mauricio Sánchez
R. Mauricio Sánchez
Licenciado en Psicología por la Facultad de Ciencias de la Conducta de la UAEMex (México). Experiencia docente y en atención clínica en entidades privadas y públicas, como el Instituto de la Seguridad Social. Editor adjunto y redactor especializado en Psicología en Mente y Ciencia.

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R. Mauricio Sánchez
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Licenciado en Psicología por la Facultad de Ciencias de la Conducta de la UAEMex (México). Experiencia docente y en atención clínica en entidades privadas y públicas, como el Instituto de la Seguridad Social. Editor adjunto y redactor especializado en Psicología en Mente y Ciencia.